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Ganadería y Trashumancia

Del libro “ La raza Bovina Avileña Negra- Iberíca” por Antonio Sánchez Belda


RAZA AVILEÑA-NEGRA IBERICA

Para conocer la etnología bovina en que se encuentra enclavada la vaca con denominación AVILEÑA-NEGRA IBERICA, debemos partir de sus precedentes, teniendo en cuenta el marco donde se formo y evoluciono, dando preferencia al origen e historia.
La denominación de este gran núcleo de bovinos españoles como raza Avileña-Negra Iberica es reciente. Procede de la Resolución de la Dirección General de la Producción Agraria de 29 de Julio de 1.980 “B.O.E. nº 206, de 17 de Agosto”.
Asi sera Avileña por el origen geografico, Negra por la coloración de su capa e Iberica por la doble condicion de pertenecer al Tronco étnico y estar predominantemente asentada en el Sistema montañoso que lleva este calificativo-.
En orden de menor a mayor amplitud territorial, la raza ha contado con las denominaciones siguientes: Zapardiela, Piedrahitense, Barqueña, Pinariega, Carpetana, Serrana, Meseteña, Castellana, Iberica y Española.
La Zapardiela, es un nombre poco extendido y hoy solo recordado por los viejos criadores. Deriva de estimar la cuna de la raza o del núcleo mas influyente en su formación en la localidad de Zapardiel de la Ribera (Avila). Con este nombre figura en la Exposición Nacional de Agricultura de Madrid en 1.857.
Piedrahitense, en igual caso que la anterior, ahora relacionado con la comarca que tiene por cabecera a Piedrahita (Avila).
Barqueña, considerada en tiempos pasados como subraza local asentada en los municipios de Barco de Avila (Avila) y vecinos.
Pinariega o Soriana, puede tener una doble procedencia. Para unos, nace de su empleo en el arrastre de pinos de las zonas montañosas donde habita. Mas cierto es su relacion con la comarca del mismo nombre al noroeste de Soria, de aquí la variante”soriana-pinariega”.
Estas cuatro denominaciones tienen un criterio restringido y localista y frente a ellas estan los de procedencia opuesta, sentido extenso, tratamiento abierto y concepto amplio. A esta idea corresponden las mutantes siguientes:
Carpetana o Negra Carpetana, muy acertada, pero mas academica que popular.
Castellana, por constituir la raza bovina propia de Castilla y haber sido la mas generalizada fuera de ella.
Serrana, obedece a la opcion de algunos zootecnistas de reservarla exclusivamente para un ecotipo ligado a las tierras altas que rodean la capital de Avila.
Meseteña, anticuada, procede de su encuadre en la meseta del Duero primero y la gran meseta Central durante sus periodos de apogeo.
Iberica (negra), vocablo desconocido en el ambito ganadero. Al principio tardo en imponerse entre los ganaderos, pero termina por introducirse y emplearse para designar el ganado igual al avileño, que antes se llamaba serrano y, sobre todo, que no estaba encuadrado en la provincia de Avila.
Española, termino hoy en desuso.
Estamos hablando pues de una Raza Autóctona que tuvo como punto de partida los núcleos locales de la provincia de Avila, a los que se asociaron otros similares para constituir la Agrupación bovina serrana central, que termino por formar la moderna raza Avileña-Negra Iberica.
Son vacas de color negro uniforme, proporciones medias y perfiles predominantemente subconcavos, que se explotan para la producion de carne en regimen extensivo puro o semiextensivo. Son el mas genuino representante del viejo Tronco de bovinos ibericos con el que guardan estrecha fidelidad.

ORIGEN E HISTORIA


A) Entronque filogénico

Es criterio general entre los tratadistas, atribuir al Bos taurus ibericus la directa paternidad de la raza Avileña-Negra Ibérica, aunque entre ambos exista una larga cadena cuyos eslabones están representados por los numerosos bovinos que más tarde serán mencionados.

Ahora bien, para trazar y seguir esta línea genealógica hay que tener en cuenta antes el enlace del Bos taurus Ibericus con el Bas taurus primigenius (Uro, Auroc), y, después, la continuidad hasta llegar a la actual raza Avileña-Negra Ibérica. Aquel es pura filogénia; ésta, verdadera historia, por eso aquí sólo nos ocuparemos del primero.

A juzgar por su descendencia, el bovino ibérico primitivo fue un modelo étnico poco evolucionado; o lo que es igual, muy próximo al Uro, ya que respondía a un tipo hipermétrico más manifiesto en cuanto a formato que a peso, mediolíneo, con clara tendencia a la longimorfosis, mesadolicocéfalo por las medidas del cráneo y macrocero por encornaduras, todo lo cual coincide con la caracterización del Uro o Auroc, aborigen salvaje, del que conserva además otros rasgos.

La corpulencia del vacuno Castellano y su paralelismo con el Uro (restos óseos de este bovino enseñan que los machos medían 1,70 a 2,00 metros de alzada y las hembras 1,50 a 1,70 metros) era altamente significativa por perpetuarse en un medio poco favorable para el desarrollo esquelético, como son los terrenos graníticos y ácidos de las Sierras Centrales; todo ello sin contar que la domesticación traduce pérdidas de formato. Por añadidura, la disgenesia ambiental, imperfecciones de manejo, limitaciones nutritivas, etc., no tueron suflcientes para neutralizar la condición heredada e imponer el tamaño reducido; el cual, paradójicamente. es atributo de todo vacuno de montaña. Otras coincidencias entre el Uro y el bovino de Castilla recaen en la arquitectura corporai, aunque pueden ser imputados a la afinidad del bovino ibérico con el biotipo ambiental.

Admitida la identidad entre la subespecie Bos taurus ibericus y la raza Avileña-Negra Ibérica sin descartar formas intermedias o la posibilidad que aquel diera lugar a otras de fidelidad ancestral y semejanza mútua (Morucha, Sayaguesa, Negra Campiñesa) o están alteradas por exigencias selectivas (toro de lidia) y particularidades de medio (Caldelana} veamos las circunstancias que presidieron el proceso evolutivo

La formación del genogrupo Bos taurus ibericus sostuvo un largo aislamiento o estado de impenetrabilidad difícilmente igualado o conseguido por cualquier otro Tronco vacuno. A su vez, mantúvose fiel a la tierra que le vio nacer, y así como la otra gran agrupación bovina española, el vacuno rojo andaluz, hoy raza Retinta, emigró y circundó la periferia peninsular, este ajustado a un movimiento masal de expansión y contracción. sólo a tiítulo excepcionai pasó las barreras de su territorio nativo.

La inaccesibilidad de muchos de sus reductos tradicionales de cría, la admitida falta de aportación de otros fenogrupos por los pueblos invasores, el alejamiento de las grandes vías de comunicación, la baja capacidad económica local limitada al autoconsumo que cerraba la importación, la condición opuesta como resgión exportadora de vacunos de trabajo, etc., son razones en favor de la autonomía y del mantenimiento independiente de la raza.

Asimismo, su calidad como animal de trabajo, insuperable en el área nacional, le permitió durante muchos años mantener una gran zona de influencia, a la vez que de tercitorio defensivo, frente al avance de cualquier otra población bovina. Salamanca, Zamora, Burgos, Valladolid, Alava, Logroño, Cuenca, Albacete, Toledo, Ciudad Real y Cáceres, sostenían bovinos ibéricos que, en parte criaban, y en su mayoríua procedían de las Serranías de Ávila, Segovia, Madrid, Soria y Guadalajara. Zonas de expansión de este bovino fueron Aragón, Cataluña, Levante y Andalucía Oriental. El movimiento era siempre en el mismo sentido, no había posibilidad de retorno o de arribar nuevos tipos, entre otras razones porque nadie ha sido capaz de producir um bovino de trabajo mejor, ni más barato. Por eso, se explica que en la zona de cria, hasta hace muy pocos años no existía más raza que la autóctona y, también, la parcelada matización que imperaba en la designación de fenogrupos o variedades, sólo posible en un régimen de absoluta pureza, pleno dominio territorial y amplio mercado.

Finalmente. Ia observacion enseña que los posibles riesgos de cruzamiento derivados de la trashumancia, no sólo ofrecen toda clase de reservas, dado que una parte del proceso reproductivo coincidia con la estancia en los pastos de verano, sino que en las áreas de invernada fueron los avileños los que se mantuvieron independientes o dejaron claras huellas de su presencia sobre otras razas.

A todos estos argumentos hay que agregar el sentido histórico de independencia y autonomía política y económica de la región de cria respecto a los poderes centrales, llámese Corona o Mesta, aunque no por ello estuviera exenta de serbidumbre y de guardar pleitesía a la Iglesia y a la Nobleza local. Son conocidas reclamaciones de jueces de cañada mesteños al obispo de Ávila, advirtiendo que sus enviados no tenían derecho a administrar justicia en asontos de pastos, annque éstos fueran de la Catedral. Los visitadores de la Mesta, también en Salamanca encontraban su jurisdicción muy cortada "por la autoridad del maestro de escuela y otros jueces eclesiásticos de la Universidad y de la Catedral" que excomulgaban a los funcionarios de aquella poderosa Organización ganadera.

Cuanto precede, apoya y demuestra la génesis del bovino negro castellano en el seno de su base ancestral, sin influencia o infusión de sangre de cualquier raza, en un proceso endogámico mantenido desde remotas épocas hasta nuestros días.

B) Trayectoria etnológica

Llegado este momento, podemos considerar los siguientes períodos en el proceso formativo de la raza Avileña-Negra Ibérica: Evolución endógena del tipo primitivo hasta formar el ganado castellano, que ha presidido una larga etapa como animal de trabajo y paralelamente productor de carne a título de función excedentaria del recrio de hembras (de aquí la denominación de carne de ternera, en femenino) o destino final de los ejemplares agotados por la edad e inútiles. Sustituido el vacuno por el ganado mular como motor de sangre en la agricultura, después de haberlo sido en el transporte, aquél pierde gran parte del área expansiva, para refugiarse en la zona montañosa de su región, de aquí que tome el nombre de raza Serrana. Luchando por subsistir en su emplazamiento restringido con el mismo cometido residual, se diversifican y surgen una serie de fenogrupos, variedades, ecotipos, cuyos nombres pasaron a la historia y no obstante su profusión. nunca perdieron la identidad de grupo ni la caracterización de conjunto. Los más evolucionados de la provincia de Ávila, por fusión llegan a formar um núcleo de gran entidad que vino con el tiempo y tras ciertas vicisitudes a llamarse raza Avileña; los restantes quedaron más o menos estacionados y pasivos, indefensos a influencias regresivas y efectos más o menos degenerativos; para diferenciarlos y recogerlos estadísticamente se les asigna el nombre de raza Negra Ibérica. La intensa influencia en tiempos modernos de la primera sobre la segunda y la confusión a que daba lugar la presencia de aquella fuera de la provincia de Ávila aconsejaron fusionar ambos nombres y adoptar el moderno término de raza Avileña-Negra Ibérica. Veamos su génesis con más detalle.

Del toro ibérico al bovino Castellano

El seguimiento en el tiempo de cualquier raza ganadera presenta insalvables dif&Mac245;cultades. Reconstruirlo supone imprecisiones tan grandes como desorientadoras, por ello es norma, en estudios de esta naturaleza, considerar su entorno histórico, o lo que es igual, los grandes rasgos del pasado de la reglón que la albergó, por facilitar base razonable y altamente orientadora de su linea evolutiva.

Con abstracción de cuanto el toro representa en las creencias religiosas de los pueblos primitivos, hay que atribuir al hombre del neolítico el dominio de los bovinos de la Meseta Central y más concretamente de la cuenca del Duero. A estas tribus aborígenes subyugaron los íberos, procedentes del Sur, quienes con su ganado rojo (Retinto), podian haber influenciado al tipo de la meseta central, pero no hay indicio alguno y ello permite suponer que en aquella época les fue imposible trasladar su indómito y temperamental ganado o, si lo hicieron, no llegó a las cotas del bovino local. También, que pudo no adaptarse; o bien, despreciaron o abandonaron el propio, para adoptar el adquirido en la conquista.

Tampoco los celtas, llegados del Norte, actuaron como elemento modif&Mac245;cador, ya que sus vacunos eran más bien pequeños y las razas modernas derivadas de ellos, son francamente distintas a la Avileña-Negra Ibér&Mac245;ca.

Constituida la celtiberia histórica, quedó organizada en poblamientos dedicados principalmente a la ganaderia de cuya actividad pudiera ser muestra algunas piezas arqueológicas célebres y, sobre todo, los framontanos o esculturas de piedra que representaban toros, cerdos y carneros, a quienes los eruditos atribuyen signiflcado totémico, misión prof&Mac245;láctica o de protección del ganado, túmulo o monumento funerario, hito o señal de descansaderos, majadales y puntos de concentración del rebaño, que de acuerdo con la especie así era la representación zoomórfica y, por último, mojón para marcar las principales rutas. En cualquier caso constituyen los testimonios prehistóricos mas prodigados del área de la raza, de los que son feliz representación los conocidos toros de Guisando. Referencias históricas de los bovinos ibéricos primitivos nos llegan con el caudilio Orisson de los oretanos, cuando acude a Helice en socorro de los sitiados por Almírcar Barca (229 a. J. C.) atacando con una manada de toros provistos de haces de leña encendidos sobre el testuz. Táctica guerrera que vuelven a emplear los íberos mercenarios de Aníbal (221 a. J. C.), segun Polibio, luchando contra los romanos en el paso de Falerno.

Como es sabido, Roma en la conquista de Iberia, no demostró mucho interés en ocupar el centro peninsular, entre otras razones por la feroz resistencia de las poblaciones indígenas, que culminó con la gesta de Numancia. A su vez, encontró una región poco atractiva, limitándose a surcarla por grandes vías, usadas después y durante siglos por los bovinos avileños tirando de las carretas o en rutas de trashumancia. Testimonio contemporáneo de aquellas es la cañada mesteña del Puerto del Pico, trazada sobre una antigua calzada romana, tan ligada a la raza Avileña-Negra Ibérica. Con ello, nuestro bovino mantúvose aislado e integro, gran parte en estado semisalvaje, otra ocupado en la agricultura y uma mínima fracción como productora de leche.

La crisis alimentaria del siglo III de nuestra Era motiva roturaciones inmensas, que vinieron a decidir el aprovechamiento de los bovinos ibéricos como motores animales, fomentar la cría y facilitar su salida. Por estas fechas aparecen las primeras villas o núcleos de población sedentaria. Algunas, por su importancia, requerían ser abastecidas, dando lugar al transporte organizado y a la presencia de otro tipo de carreteras de bueyes, distintas de las agrícolas.

Caido el Imperio Romano, de nuevo la Meseta es invadida, ahora por los godos (Siglo V). Es dudoso que aportaran nada nuevo sobre los bovinos locales, así como posteriormente los árabes (Siglo VIII) a quienes las regiones principales de cría les parecieron poco acogedoras y nada interesantes, quizá por motivos climáticos. Los historiadores aseguran que reservaron estas áreas de la Meseta Central a los bereberes, los cuales por la condición de siervos, malamente cabe admitir otra contribución que sus brazos, no obstante, dada su formación pastoril es posible introdujeran a1gunas mejoras en la explotación y manejo.

La Reconquista constituye nuevo motivo de aislamiento y atraso, ante la táctica de vaciar la Meseta Central para repoblar los dominios del Norte, a la vez que conseguir una zona de seguridad o tierra de nadie entre 1as fronteras musulmana y cristiana. Tan amplia superf&Mac245;cie fue dedicada a 1a ganadería, cuya movilidad permitía a los rebaños escapar a los avances de los ejércitos o esconderse en los intrincados parajes de las montañas; también aprovechar los pastos de las riberas del Duero y sus numerosos afuentes en el invierno y marchar a la sierra en verano. En esta época y durante muchos años, dicen los cronistas, "por aquellos parajes discurrieron tan solo los pastores de uno y otro bando". Por entonces, la situación de la cria ganadera no era propicia a ia mejora, tenía más importancia disponer de vacas para correr que de terneros para cebar.

En la Edad Media quedan fortalecidas las villas agrícolas y aparecen las primeras ciudades capitalinas, así como la Castilla del Sur (Ávila Salamanca, Soria y Segovia) organizándose en grandes municipios provistos de enormes alfoces, necesariamente orientados a la producción ganadera. Entonces (Siglo XIII), el país aparece surcado por anchurosas cañadas donde los rebaños (de ovejas y vacas} y las hileras de carretas tenían preferencia de paso y la protección de la Corona.

Con la prosperidad de Castilla (Siglos XIV y XV) se abren ferias y mercados, el tráf&Mac245;co de mercancías (abundancia de carretas) y de ganado es intenso. La Feria de Medina del Campo (creada en 1390) era el mayor centro comercial conocido; Toledo, Ávila, Segovia, Salamanca, Toro, Almazán, etc., fueron otros tantos condados con ferias importantes en las que ya toma fama la ternera de Castilla. Esta época coincide con el auge de nuestros vacunos y la ocupación de tierras extremeñas como fórmula de asegurar el negocio ganadero; ya decía Cervantes que "nada mejor que un juro en hierbas de Extremadura". Testimonio de aquel tiempo es la Ermita de Ávila, popularmente conocida por "de las vacas", en la que existe un cuadro que reproduce estos bovinos.

Las posteriores fases (Siglo XVI y XVII) son negativas y simultáneas a la emigración, bajo crecimiento demográfico, la pobreza y el monocultivo cerealista, incidencias políticas adversas, etc., que no benefician a la cría de ganado. Un sector social deja impronta en la literatura contemporánea, es el gremio de carreteros, al que más adelante dedicaremos comentario, alternando con los arrieros, que con sus lentas carretas de bueyes y largas recuas de mulas, cruzaban todos los caminos de España, bajo denso calendario, coincidente en fechas f&Mac245;jas y dos veces al año con los merineros trashumantes.

Castilla agudiza la decadencia (Siglo XVIII) al centrar su actividad económica como granero de España, en tanto que nuestra raza aumenta su importancia como bovino de trabajo. La despoblación es acusada, Ávila por ejemplo, pierde hasta el 50 por 100 de su censo, lo que conduce al abandono de parcelas cultivadas y a la expansión de los terrenos de pastos. La sociedad rural regional vive organizada en pequeños núcleos de muchos propietarios y pocos jornaleros, cuyos horizontes empiezan en una yunta de vacas para el laboreo, acarreo, trilla y transporte de cereales y terminan en la posibilidad de trabajar unos pedazos de tierra. Junto al pejugal y los terrenos de la gleba, grandes fincas para el pastoreo extensivo. Bajo estas estructuras, avances tan fundamentales como la libertad de comercio y precio de los cereales (Fernando VI, 1756) o hechos tan trascendentales como la invasión napoleónica, apenas sí sacan de la indiferencia el sector rural.

La desamortización de Mendizábal (1836) supone motivo de apoyo a la ganadería, por la conf&Mac245;scación de los bienes de las Órdenes Religiosas y posesiones eclesiásticas, como las del cabildo de la Catedral de Ávila, las tierras y rebaños conventuales de los dominicos de Piedrahita, la Abadía de Burgohondo, etc., que refuerzan las dulas concejiles. Igualmente importante a estos efectos fueron las leyes sobre la suspensión de mayorazgos, la puesta en circulación de "propios" y baldíos, la revisión de Encomiendas, etc.

La creación del ferrocarril (Compañia de los Caminos de Hierro del Norte de España, 1855), por cuanto pudiera representar avance en el aspecto socioeconómico, apenas si repercute en el área de cria de Vacuno Castellano, no obstante, para el mismo, se abre una nueva vía al comercio de la carne y da carta de naturaleza en estas zonas a los abastecedores de las grandes urbes.

Del bovino Castellano a la rara Serrana

Nos encontramos en la segunda mitad del s. XIX. Para entonces Castilla dispone de um bovino propio y genuino, descendiente en línea directa del tipo ibérico, cuya caracterización podía resumirse en los adjetivos: grande, negro, pacíf&Mac245;co y anguloso; destino único como motor animal y aprovechamiento carnicero marginal.

El gigantísimo del bovino castellano era proverbial y del mismo tenemos referencias de la época (Bursaco, 1876) que perpetúan testimonios posteriores (la yunta de bueyes campeona del Concurso Nacionai de Ganados de 1913, compuesta por "Conejo" y "Castillo", medían respectivamente 1,63 y 1,60 de alzada a la cruz, 2,44 y 2,50 metros de perímetro torácico y pesaban 1.162 y 1.250 Kg.). Más recientemente (1917), el célebre toro "Cigueño" que pesaba 1.410 kilogramos y al igual que el no menos célebre "Durhan Ox" inglés, fue paseado por todas las ferias españolas, hasta terminar en Uraguay, adquirido por el presidente Tages de aquella nación. Un buen ejemplo actual nos lo brinda el toro campeón del Concurso Monográfico de la raza (1982), descendiente de una vieja estirpe. Medía 1,66 metros de alzada a la cruz y pesaba 1.205 Kg., venido directamente del campo donde se encontraba suelto con las vacas en pleno período de cubrición.

Acompaña a su gram formato el temperamento tranquilo y carácter manso, del que ya se hacía eco Cervantes cuando dice que don Quijote acomodado en un carro tirado por bueyes, pensaba que "solamente un caballero encantado pueda llevarse con la velocidad que prometen estos perezosos y tardíos animales" (1º, Cap. XLVIII). Todo ello, gigantismo y mansedumbre, le distinguía de su pariente próximo, pequeño y agresivo, destinado a la lidia.

El color oscuro y uniforme de la capa, variable del castaño leonado al negro, y sobre todo la particularidad del bociclaro, ha sido el signo mas def&Mac245;nidor y diferenciador de la raza. En España, las otras razas negras marcaron su independencia étnica después, no sin retener gran número de rasgos comunes con la Castellana. Fuera de la Península Ibérica, esta coloración es rara y siempre atribuída a parentesco con el Tronco autóctono de aquella.

Hay que reconocer que el macroforrnato del vacuno castellano, como cualquier otro motor animal de la época, dependía mayormente de la longitud de las extremidades y, por lo común, iba acompañado de muy relativo desarrollo muscular. La resultante, animales grandes, patudos, angulosos, de gran esqueleto, abundantes papadas y fuertes encornaduras. Su conjumto daba imagen de amplias moles desarmónicas, de Iíneas abiertas, dominante bastedad, perf&Mac245;les toscos, aires torpes y actitudes boyunas.

Por la época que nos ocupa, el gran bovino negro ibérico se extendía casi en exclusiva por toda la Meseta Central, bajo Aragón, la depresión central catalana y el interior del reino levantino, de aquí el ca1if&Mac245;cativo de raza Española. Coincide ésta con los momentos de su máximo esplendor, donde los bueyes negros y sus carretas rendían viaje en los puntos más dispares de nuestra geografía, y, también, cuando surtía la remonta de novillos para el trabajo agrícola de todo el Centro y Este peninsular.

Consentida y extendida la cría mulatera pirenaica, pronto la inmensa región catalano-aragonesa-levantina, que ya disponía de abundantes caballos de tiro ligero, reemplaza los bueyes de labor por las yuntas de mu1as y las carretas de transporte por reatas de acémilas, con la consiguiente reducción del área geográf&Mac245;ca del vacuno a la Meseta Central, justif&Mac245;cando así los toponímicos de raza Castellana y raza Meseteña. Después, al tomar los équidos la total representación del motor de sangre en Castilla, excluyen a los bovinos de los campos de la gleba, para desplazarles a sus ancestrales refugios de montaña (sistemas Ibérico y Carpetano, preferentemente), dando lugar a los apelativos derivados. El más popular y generalizado de raza Serrana y menos frecuentes los de raza Ibérica y raza Carpetana, ambos complementados con el color de la capa.

Ya tenemos en escena el ganado Serrano en forma de Agrupación étnica de biotipo común y múltiples emplazamientos aislados, dispersos y en regresión. Su distinta fortuna motiva las denominaciones consecuentes al asentamiento geográf&Mac245;co: Soriana, Barqueña, Piedrahitense, Guadarmerña (contracción de "Guadarrameña"}, etc., hasta llegar a designaciones derivadas de la atomización distributiva, como Zapardiela, Colmenareña (Madrid), Endrinala (Salamanca), etc.

Es cierto que tan amplia terminología siempre mantuvo el prefijo de serrana y como no tenía otra justif&Mac245;cación que ia geográf&Mac245;ca, cualquier matización de este origen respetaba la raíz principal; así surgen la raza serrara soriana, burgalesa, abulense, etc. Asimismo, cuando la denominación pretendía abarcar otros aspectos, persistía el título; por ejemplo, raza Serrana pinariega, asentada en la comarca de pinares y dedicada al arrastre de troncos, raza Serrana de labor para diferenciar la empleada en los trabajos agrícolas del ganado cerril de carne, etc.

En el proceso de transformación del bovino castellano en Agrupación Senana, por simple fenómeno regresivo y consecuente acantonamiento geográf&Mac245;co, quedó patente su gran preponderancia y absoluto dominio de la zona que ocupaba, que hoy es fácilmente demostrable por las secuelas de su influencia en las áreas marginates del antigno territorio y límites fronterizos con otras étnicas.

De la raza Serrana a la Avileña y a la Negra Ibérica

Privada la raza Serrana de su principal aprovechamiento como motor animal, recluída en los terrenos montañosos de medio difícil y vida dura, conservada adscrita a economías rurales pobres e inmovilistas, acosada por la expansión de otros tipos bovinos más productivos que la privaron de las pocas áreas de calidad que la restaban, su porvenir era francamente incierto y nada seguro, la evolución de efectivos y calidad intrínseca de los mismos francamente regresiva hasta el punto de desaparecer en muchos de sus reductos y, en los que permanecía, manifestaba claros signos de degeneración. Sólo las fracciones de las serranias abulenses y áreas vecinas, quizá por su mayor grado de pureza y también porque disponían de importantes núcleos acogidos a la explotación extensiva, liberados de la servidumbre como animales de trabajo, resistían al paso del tiempo, luchaban contra la indiferencia y el abandono, superaban la crisis estructural y dirigían sus objetivos de cría hacia la especialización carnicera con resultados francamente alentadores. Así surge la nueva versión del tipo serrano con el nombre que lógicamente le correspondía, raza Avileña, que prontamente empieza a influir sobre los restos de la fracción serrana o Negra Ibérica de otras regiones, a la que transmite continuidad, asegura la conservación y apuntala su mejora.


La Avileña, como nueva versión, constituye un tipo de bovino autóctono, en principio dedicado a la producción de carne, luego francamente caracterizado como tal y especialmente dotado para poner en valor las amplias superficies pastantes de las serranías centrales. Así establecido, no sólo salva al viejo bovino Castellano y prolonga la existencia de la raza Serrana, ahora evolucionada y perfeccionada, sino que capitanea a todo el efectivo del tronco primitivo superviviente, representándole dignamente dentro de una ganadería moderna y cediendo sangre mejorante a los restos de ganado serrano que, en condiciones de explotación semejante, pretendía incrementar rendimientos y elevar producciones. Un perfecto conocedor de la raza, el veterinario don Alfredo Rodríguez Sáez, escribía en su ponencia del Congreso Regional del Duero (1945), “el tipo ibérico acusa caracteres morfológicos y fisiológicos, con ligeras variantes de medio y adaptación, de biotipo constante. Los colosos de la raza tienen su asiento en zonas abulenses del Barco y Piedrahita y tal ha sido su nombre que es rara la comarca del Duero donde no hayan actuado como raceadores”. Por otra parte, las innegables cualidades de la raza Avileña-Negra Ibérica para la explotación extensiva en medios difíciles, condujeron a la implantación de nuevas explotaciones en áreas abandonadas hace siglos o a su presencia en regiones dominadas por otras razas.

De aquí el protagonismo de la raza Avileña, tanto en el mundo de los bovinos del tronco ibérico como en la pecuaria regional. No es imprecisión ni errado concepto, considerarla en los ámbitos ganaderos del país como el único representante de la Agrupación Serrana, hasta el punto que los restos de ésta sin influencia de aquella, resultan formaciones mestizas o de dudosa pureza racial, aberrantes, nada representativas y residuales. Queda claro, a título de resumen, que la primogenitura de la raza Avileña para la gran familia ibérica bovina, le ha servido para afianzar, depurar y enriquecer su patrimonio genético, a la par que para ceder parte a sus parientes y tomar a su cargo la representación total del clan, de aquí la conveniencia de conocer su pasado. Dos facetas altamente significativas e interesantes destacan en el modelado de la rama Avileña: el juego o la intervención de algunos fenogrupos o castas, por una parte, y la diferenciación de variedades raciales que tuvo larga vigencia, por otra. Veamos en análisis retrospectivo la importancia de los primeros y el signif&Mac245;cado de las segundas en la plasmación del moderno y perfilado fenotipo de la raza.

Zapardieles y Barcinos.— Un episodio poco conocido en la fommación de la raza Avileña es la intervención de un núcleo de ganado denominado zapardiel. Debe su nombre a la localidad de procedencia, Zapardiel de la Ribera, municipio del partido judicial de Barco de Ávila, enclavado en la sierra de Villafranca. Para algunos, su influencia mejorante, en la primera mitad del siglo XIX, fue decisiva, al menos sobre el ganado de la vertiente Norte de Gredos.

La historia resulta un tanto original y mucho convencionalista. Parece ser que los zapardieles procedían de una ganadería que también era conocida con el nombre de sus dueños; los Rubios de Zapardiel de la Ribera. “Era primitivamente blanca, pero el propietario al morir recomendó a sus hijos procuraran transformar la ganadería eligiendo reproductores negros y cruzando lo bueno que quedara con toros y vacas de extremadura”, se escribe en La ganaderia en España (1891) y nosotros agregamos que con tan heterogéneo y extraño material, difícilmente podría lograrse un bovino mejorador e influyente. En aquella publicación consta que la raza zapardiela, extendida por los partidos enteros del Barco y Piedrahita y aún por el de Arenas de San Pedro, es “mansa, grande, de cabeza y cuerna bien colocadas, extremos f&Mac245;nos, gran amplitud torácica y condiciones para cebo”.

Dejando aparte el dudoso y fantástico origen atribuido, la realidad es que con tal nombre, figuraban expuestos algunos ejemplares en la Expos&Mac245;ción Nacional de Agricultura de Madrid, en 1857. Veamos:

—Juan Lorenzo Martin. Casas del Puerto de Tornavacas. Toro “Marquesito”, raza grande zapardiela, hierro una S, 3 años, lista parda, formas limpias y f&Mac245;nas.

—Dos toros, 3 y 4 años. Grandes zapardieles.

—Dos novillos de raza grande zapardiela, de 3 años, dedicados a la labor.

—Dos vacas de 7 años, raza grande zapardiela nacidas en Bohoyo y recriadas en Casas del Puerto de Tornavacas.

El cronista del certamen informa que la raza zapardiela se distingue por: “su buena talla, color negro en la mayor parte del cuerpo con una lista pardo o castaña a lo largo del lomo, pelo corto, fino, sedoso, cuerpo cenceño y airoso, cabeza erguida, garbosa, descarnada, astas cortas y bien colocadas, algún tanto levantadas y airosas, pies y manos muy limpios”.

El patrón descrito mas arriba, coincide totalmente con el Avileño y le aleja de los problemáticos resultados que cabría esperar de la génesis expuesta en líneas anteriores. Entendemos que la denominada raza zapardiela no era otra cosa que el producto del trabajo de unos ganaderos inteligentes a base de selección del bovino ibérico y, sobre todo, de buena alimentación.

La realidad hace suponer que el partido del Barco con sus Zapardieles tuvo particular intervención en la fonmación de la raza Avileña, como años después el de Piedrahita con los productos derivados de la introducción del ganado negro andaluz.

En esta misma comarca, a principios de siglo, existió otro tipo mejorado que, como los Zapardieles, terminó por ser absorbido y olvidado en el seno de la gran masa del efectivo racial, aunque sin duda contribuyó al perfeccionamiento de éste. Su grado de penetración y difusión debió ser notable, por cuanto su principal atributo, el gran tamaño, era preciado carácter buscado para la raza. Nos referimos a la estirpe o fenogrupo cuyos componentes fueron denominados Barcinos, y también Gallardos, definidos por la gran armonía de formas, extraordinaria alzada y capa chorreada en morcillo o verdugo (atigrado), de aquí su nombre. No sería aventurado atribuir origen mutacional a los Gallardos, atendiendo a los dos principales signos definidores; también cabe pensar en su ascendencia mestiza, dado que esta coloración de capa surge en muchas combinaciones raciales y en especial de aquellas que juega el color rojo uniforme, que en nuestro caso procedería con mayor probabilidad del retinto extremeño que del rubio gallego. La pervivencia de esta estirpe permite deducir su gran aprecio por los ganaderos y, por extensión, el grado de actividad dentro de la raza. Romero Hernández (La Semana Veterinaria 1.° de julio de 1918) alude a este fenogrupo y lamenta “la desaparición absoluta de aquella variedad gigante de los vacunos españoles, los antepasados barcinos, genuínos ejemplares que asombran por su monumental desarrolio”.

Podemos cargar la pérdida y ocaso a las mismas causas que los Zapardieles, reforzada aquí por la llegada del Negro Campiñés, cuya capa dominante acabó pronto con el altigrado típico de los Gallardos, que, no obstante, vacadas de antigua selección y fundacionales del Libro Genealógico esporádicamente asisten al nacimiento de algún ternero barcino.

El Negro Campiñés.— El último acto en la formación de la raza Avileña, tuvo como actor nuevo en escena a la raza Negra Campiñesa o Negra andaluza, cuyo parentesco mútuo es estrecho y próximo.

A principios de siglo (1914), don Francisco Ramírez, de Villafranca de la Sierra, localidad del partido de Piedrahita, buscando la mejora de la producción de carne sin perder la caracterización raciai, importó de Córdoba sementales de un tipo muy afín, la raza Negra Campiñesa. Con ello, al conseguir los objetivos deseados, introdujo una particularidad exteriorista que después había de tener intensas repercusiones, el bocinegro, aunque sospechamos que este factor pigmentario ya existía en el seno de la raza; es decir, que el ganado primitivo no era uniformemente bociclaro. La infusión de la nueva sangre condujo a extremos opuestos, quedando limitada la presencia de esta última particularidad faneróptica a algunos ejemplares de la zona barqueña.

En el Concurso Nacional de Ganados de 1930, fueron dados a conocer los productos de este cruzamiento, con independencia de las variedades admitidas para la raza. El cronista informa: “También en este concurso se presentó por primera vez la cruza de Negro Campiñés con Avileña, por don Francisco Ramírez, ganadero inteligente, que desde tiempo inmemorial venía exponiendo ganado Avileño, quiso adelantar y creyó encontrar el medio en el ganado andaluz, de mayor finura. En efecto, el resultado no ha podido ser mejor, pues ha obtenido productos de gran porte, con cabeza más fina y pequeña, menos papada, buen tercio anterior y posterior, rectitud de dorso y denotada finara de la piel y el esqueleto. En resumen, un Avileño negro perfecto, si no hubiera perdido la coloración típica gris del hocico”. Según los ganaderos, con la nueva sangre, no sólo se introdujo el bocinegro, sino también el temperamento más bronco, que hace perder a sus descendientes el grado de mansedumbre característico del Avileño primitivo. Además, el producto derivado perdió el “gigantismo” propio del antiguo tronco racial, siendo paralela la reducción en alzada a las ganancias de los diámetros transversales y a la ampulosidad de formas por desarrollo de las masas musculares.

Es de destacar la naturaleza de este cruzamiento, que para nosotros fue de primera generación, seguido de reproducción cerrada entre mestizos. También su gran dispersión, si juzgamos por la prodigalidad del factor bocinegro.

Las variedades raciales.— Muchas fórmulas podríamos adoptar para abordar el tema ante el supuesto de las múltiples referencias, pero a fuerza de objetivos, recurrimos al comentarista del Concurso General de Ganado (Madrid, 1913) como testimonio fiel y muestra representativa de primera mano de la clasif&Mac245;cación interna del ganado Avileño.

Hace 70 años, dicho cronista, después de afirmar que estuvo la raza Avileña bien representada en la competición y reconocer quo “existen en ella distintas variedades en las que pueden apreciarse, más que otro género de diferencias, las que el mayor cuidado y esmero o los mayores rigores del clima de la zona que pueblan han podido comunicar a su organismo”, veía a la raza diversificada así:

—La del Barco, de mayor alzada y de forma más perfecta perfil convexo y cuernos insertos por detrás de la nuca. Además de la extraordinaria aptitud para el trabajo y la producción de carne, es notable su capacidad lechera “por la calidad exquisita y relativa importancia del producto”.

—La de Piedrabita dice ocupa también parte del partido de Ávila, es de perfil cóncavo y cuernos insertos en la prolongación de la línea de la nuca y dirigidos después hacia adelante y arriba.

—La Serrana asienta en la zona de la capital y pueblos próximos de la sierra, se distingue por su mayor tamaño (extremo que estiman lo contrario otros autores, agregamos nosotros) y más acusada rusticidad dentro del tipo general de la raza.

—La de Arenas de San Pedro -termina- se distingue principalmente por el color de su capa que suele ser blanco amarillento. A nuestro parecer, la independencia de esta con el ganado Avileño es evidente o quizá tuviera alguna relación con la raza autóctona Cacereña, cuya presencia o intervención vendría favorecida por razones de proximidad.

No es necesario agregar que esta división es pura historia superada y que en la actualidad carece de sentido entre otras razones, porque mucho antes estaba consumada la fusión de las variantes citadas que, en realidad, tuvieron siempre um marcado significado geográfico.

Pruebas de esto último abundan. Ya hace más de un siglo (Exposición General de Agricultura, Madrid 1857), la raza Avileña (con independencia de los zapardieles), figuraba enumerada por municipios o localidades de procedencia. En la Memoria constan datos como los siguientes:

—Juan Martín. Horcajo de la Ribera. Toro, 6 años, negro.

—Ayuntamiento de Mesegar de Corneja. Toro, 5 años, negro bragado, lomipardo, cuernos algo levantados, cercilladas ambas orejas; y, recalca, procede de la vacada de los dominicos de Piedrahita.

—Diego Pérez. Mesegar de Corneja: Toro manso, 5 años y 6 meses, negro bragado, lomipardo, cuerna algo levantada, procede de la vacada que poseyeron los religiosos jerónimos de Piedrahita.

—Pedro A. Hernández de Lorenzo. Navaescurial: Toro manso, 6 años, negro, raya parda en el lomo, cercilladas ambas orejas, hierro en la llana izquierda.

El marqués de la Conquista, también de la misma localidad, presentaba un lote de vacas.

No resistimos la tentación de citar la curiosa aportación al certámen, de un ejemplar adscrito a ganado de Ávila, presentado por Juan A. Hernández, de Herguijuela, “Prado de las Cuarenta Horas”, cuya reseña dice: vacuno macho para guía, raza barrosa, 6 años, rayo, cercillada la oreja derecha; lo que hace suponer el empleo de cabestros, seguramente para facilitar la trashumancia a la que tan ligado ha estado este Ayuntam&Mac245;ento.

Otro testimonio antiguo ya citado (“La Ganaderia en España”, 1891) demuestra que las célebres variedades de la raza Avileña a finales del siglo pasado no estaban muy definidas, al consignar que “se distingue en este país (Ávila) muy claramente, por lo menos, dos razas o castas de vacuno con caracteres distintos la raza de los partidos del Barco y Piedrahita y la raza de los distritos de Ávila, Cebreros, Arenas y Arévalo, la primera es el ganado de mejor lámina y más libras que se conoce en España”

En los concursos nacionales de ganado de 1907, 1911 y 1913, la raza compite en Sección Única con el nombre de Avileña, si bien se reconocen las variedades enumeradas al tratar del último certamen.

En las exposiciones ganaderas nacionales de 1922, también cuenta con Sección Única “aunque importa señalar que dentro del ganado de la región merezcan citarse varios tipos o subrazas, de los cuales tres estuvieron representados”. En 1926 llega concursando como raza Avileña o Serrana y en la Memoria se hace constar cuanto sigue: “bien definidas algunas subrazas que f&Mac245;guran en estas secciones, no sucede lo mismo con las restantes. Zamora, Salamanca, Burgos, serranías de Ávila y Segovia, puede decirse que es un conjunto común, cuyas variantes únicamente al tamaño tienen referencia”.

Como colofón citaremos a Romero Hernández, uno de los mas destacados conocedores de la raza Avileña, quien critica (1931) “la arbitraria designación de razas, subrazas y variedades a que ha dado lugar la peor o mejor adaptación de nuestro vacuno a los factores ecológicos».

La raza Avileña-Negra Ibérica

Superadas las divisiones internas, consumada la fusión entre variedades, la rama Avileña fácilmente toma la consideración de raza y de entidad única, cuya historia contemporánea viene marcada por cuatro hitos importantes.

El primero representado por la creación del Centro de “EI Colmenar”, en el Puerto del Pico (Ávila), con ganado cedido por la Dirección General de Ganadería y sostenimiento por cuenta del Patrimonio Forestal del Estado. A nuestro cargo corrió la elección de finca (1957) y la adquisición de los primeros ejemplares y al de mi hermano, el doctor Angel Sánchez Belda, la dirección técnica de esta vacada durante 15 años. Bajo este régimen de gestión y dependencia estuvo funcionando como verdadero Centro de Selección y Orientación hasta 1974, que pasó a la Diputación Provincial de Ávila La contribución a la mejora, uniformidad de criterios selectivos, análisis de las prácticas de manejo, etc., fue verdaderamente notable y punto de partida de todas las acciones posteriores.

El segundo acontecimiento aludido es la creación de la Delegación Técnica del Ganado Bovino de Carne, de la zona Norte, de la Junta Coordinadora de la Mejora Ganadera que inicia los trabajos selectivos orientados de forma global; es decir, como raza Avileña-Negra Ibérica, para culminar con la realización del Libro Genealógico, de cuya tutela entra la raza en la época presente y en el club de las selectas, donde se encuentran sin perder su caracterización y fiel a las áreas seculares de cría y sistemas de explotación. Tres insignes veterinarios merecen el titulo de iniciadores de esta formidable labor y que ocupan sucesivamente los cargos de delegados técnicos de la raza: don Felipe Romero Hernández, de grata memoria y tantas veces citado, don Alfredo Delgado Calvete y don Marino del Pozo Martín. Paralelamente, secundaron este formidable trabajo, los también veterinarios don Angel Sánchez Belda y don Genaro Riveriego. Dignos de mención igualmente don Juan B. Serra y don José Antonio López García, veterinarios, por el tiempo que estuvieron adscritos a los equipos técnicos encargados de la mejora de la raza Avileña. En la actualidad, el Libro Genealógico es llevado por la Asociación de Criadores bajo las orientaciones del inspector-director técnico don Norberto Leguey, veterinario del Cuerpo Nacional.

El tercer hecho fundamental es la organización de los ganaderos dedicados a los trabajos de mejora y expansión de la raza en una activa organización profesional, la Asociación Nacional de Criadores de Ganado Vacuno Selecto de raza Avileña-Negra Ibérica, que preside y encamina estos objetivos. Como colaboradora del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación para el funcionamiento del Libro Genealógico y otra serie de acciones selectivas (pruebas genético-funcionales de toros jóvenes, medidas de promoción y difusión de la raza a nuevas áreas, concursos, exposiciones-venta de sementales, etc.) constituye el elemento insustituible para el presente y futuro de la raza.

La cuarta y última constante histórica es el paso a la denominación de Avileña-Negra Ibérica. Este término, más técnico que popular, insistimos, es adoptado para sustituir el de raza Serrana, un tanto inconcreto y predisponente a confusiones. Resultaba que con este último nombre se distinguen otras poblaciones bovinas, muy distintas de la que nos ocupa, situadas en las sierras del Sur (Sistemas Bético y Penibético) e incluso dentro del Norte peninsular (Montes Vascos y Cántabros) y para evitar solapamientos estadísticos, se decide llamar a los bovinos serranos de las montañas centraIes raza Negra Ibérica, pero surgieron nuevas dificultades de encuadramiento racial, optándose por la fusión de nombres y agrupación de poblaciones bajo el nominativo común de raza Avileña-Negra Ibérica. Tal medida bajo el punto de vista de nuestro estudio monográfico obliga a la recogida y fusión de datos que han sido consignados con independencia para la raza Avileña y para la Negra Ibérica. No podían tener otro tratamiento que la resultante de valores medios ponderados. Asimismo, está totalmente justificado que el estudio etnológico lleve como patrón o guía a la raza Avileña por ser la protagonista de la nueva entidad. En tales circunstancias, de ninguna forma puede interpretarse el último episodio de la historia racial como mero trámite administrativo, se trata de una medida totalmente justif&Mac245;cada y de todo punto necesaria.

C) Evolución productiva

Deliberadamente separamos la historia racial del proceso evolutivo de sus producciones. Ahora vamos a ocuparnos de él y, como es lógico, fundamentalmente referido a la rama avileña que le presidió.


Motor animal

La mas larga contribución de la raza Avileña corre a cargo de su capacidad dinamógena. Ya apuntamos su entidad en la antigua Castilla cerealista como motor amimal. Imágenes con bueyes de labor de aquellos tiempos son tan numerosas como conocidas, y, entre ellas, la famosa yunta de S. Isidro (1070-1130) y su singular condición de ser conducida por ángeles, precisamente labrando las tierras de los antepasados de un destacado criador actual de bovino de raza Avileña-Negra Ibérica.

A partir del siglo XIII, cuando la economía castellana va ordenándose y es posible transitar por los malos caminos con cierta seguridad, el cometido del vacuno Avileño en el porteo de mercancías debió ser activísimo: hasta tal punto que los Reyes Católicos en 1497, tomando como patrón la organización del Hon

rado Consejo de la Mesta, que venía funcionando bajo la tutela real desde Alfonso Xl (1347), conscientes de la importancia económica de esta actividad transportista, crearon la Cabaña Real de Carreteros, que, como la Mesta, alcanzó su máximo desenvolvimiento bajo la actividad y jerarquía de los hombres castellanos

No podemos entretenernos con esta interesante organización, cuyo éxito estuvo en gran parte ligado a los bueyes negros ibéricos. Diremos tan sólo que la Cabaña Real de Carreteros, estaba organizada en cuadrillas de 30 carretas, al cargo de un mayoral, su apeador, el ayudante o teniente de apeador, el pastero o manadero y dos gañanes. Cada carreta era servida por tres bueyes (dos uncidos y uno de revezo). Gozaban de una serie de beneficios, como la exención de portazgos, montazgos, asi como los anteriores impuestos de “rotarium” (mercancías transportadas sobre ruedas) y “timonatium” (desenganche o desuncido de los bueyes), también del derecho a suelta, disuelta o desyunta en las dehesas comunales y a cortar madera de los montes públicos para arreglar e incluso construir las carretas. El personal quedaba libre del servicio militar. En relación con este último, hay un curioso antecedente que conserva el Ayuntamiento de Navarredonda de La Sierra, hoy Navarredonda de Gredos (Ávila), acerca de la importancia de los servicios prestados por los bueyes avileños. Resulta que, sin razón ni derecho, se exige la prestación del servicio militar a los carreteros del sexmo de Sierra (integrado por los pueblos de Hoyo de Espino, Navarredonda, San Martín del Pimpollar, Garganta del Villar y lugares anexos). Estos reclaman y el Rey, con fecha 20 de marzo de 1638, da orden de suspender la recluta a la vez que les solicita relación de carretas disponibles al servicio de la Corona. Se reúnen los sexmeros en Navarredonda y ofrecen 815 carretas “prestas para arrancar y servir a S. M.”. Imagen de tan intensa actividad queda también reflejada en un documento de la misma división territorial, en el que figura la solicitud de un sexmero de San Martín del Pimpollar de 1.000 carretas para llevar 40.000 fanegas de trigo a Sevilla. Para otro transporte desde Madrid del mismo cereal e igual destino demandan 600 carretas que reparten según el número de vecinos, asi:

Navarredonda, 200 vecinos 188 carretas
Hoyo del Espino, 132 id 123 “
San Martin del Pimpollar, 103 id 95 “
Garganta del Villar, 87 id 80 “
San Martin de la V., 124 id 115 “

Además del trigo, los servicios de estas carreteras abarcaban a otras muchas mercancias, siendo las más importantes la contratación oficial, la sal, lana, carbón y ferrerías, con independencia de los pertrechos de guerra.

Gil, Adela (1953), F. Tudela (19ó3) y J. Gascón (1978) aportan información valiosa sobre la carretería castellana y, por tanto, de la aptitud dinamógena de sus vacunos. Como queda dicho, eran muchos los productos que transportaban, pero entre ellos cabe deducir cierta prioridad o especialización según las áreas geográficas. La carretería más importante era la soriana y burgalesa que distribuía sal por toda la región central, mercancia estancada en aquellos tiempos, procedente de las minas de Poza (Burgos) e Imón (entonces de Soria); le seguía Cuenca, dentro de la cual figuraba la de Almodovar del Pinar, que durante muchos años tuvo la contrata de las Reales Minas de Almadén para servir madera de apeos y leña y trasladar el mercurio (en pequeños sacos de cuero, de 40 Kg.) al puerto de Sevilla con destino a América. La segoviana estaba polarizada hacia la carga de lana desde los lavaderos provinciales a los puertos cantábricos, para la exportación. De la madrileña nos da idea las crónicas que describen la construcción del Monasterio de El Escorial, dedicada a servir y colocar los bloques de piedra que, según el P. Siguenza “no los movían menos de siete o nueve parejas de bueyes y algunos doce y muchos veinte y no pocos cuarenta, aquí era de ver una procesión o un rosario tan largo de estos bueyes ensartados tan iguales y parejos” (la uniformidad de tipo y color de los avileños, agregamos).

También los bueyes avileños transportaban cerámica de Talavera a los puertos de Lisboa y Sevilla para su envio a América y una curiosa mercancía, ya en tiempos más recientes, como carros de nieve durante el verano, desde Gredos a Talavera de la Reina, que llegó a conocer y participar en el transporte nuestro buen amigo Tomás Jiménez, quien todavía cría vacas negras.

Los carreteros, entre otras ventajas y privilegios, tenían el poder soltar sus bueyes o vacas en las dehesas comunales, sin pago de honorario alguno. Esta exención era mal admitida y peor respetada por los Concejos municipales, por lo que motivaba frecuentes pleitos. Sin entrar en ellos, diremos que la más importante consecuencia a sacar es que, los bueyes avileños no recibían otro sustento para desarrollar su duro trabajo que el adquirido a diente en el tiempo de pastoreo que duraba la “disuelta”, de aquí, su rusticidad y sobriedad. Otro aspecto del mismo problema eran los agostaderos y el descanso anual, forzado por la falta de pastos.

Los historiadores hacen notar que muchos carreteros eran tornadizos, o sea, moriscos que volvían a la religión, seguramente porque su of&Mac245;cio les ponía al abrigo de las sospechas y pesquisas sobre las prácticas de la Iglesia. Nosotros resaltamos la coincidencia de aquéllos con el nombre de Tornadizos de Ávila, municipio a unos kilómetros de la capital, que bien pudiera derivar de la abundancia de moriscos, al haber sido punto de concentración y estación de espera de las carretas en tránsito a la ciudad.

A finales del siglo pasado y principios del presente, la actividad laboral de la raza Avileña queda muy mermada y ligada a la agricultura o al transporte en pequeños recorridos, siendo temporalmente relanzada, como consecuencia de la recesión económica de la guerra civil. Superada ésta, quedaron los avileños unos años, dedicados al arrastre de madera en los montes natales y su transporte a las estaciones de ferrocarril más próximas, siendo su última aportación como motor animal, también en el área del monte, al servicio de las brigadas de repoblación forestal (décadas del 40 al 50), para el duro trabajo de marcar surcos por curvas de nivel, sobre las pendientes laderas reforestadas.

Culminación carnicera

La producción de carne de la raza Avileña siempre fue interesante desde el punto de vista económico y singular la forma de rendirla.

Por una parte, venía siendo la resultante forzada del aprovechamiento final de un motor animal; o de un organismo extenuado por los partos; por tanto, carne de recurso sin ninguna relevancia y de muy baja calidad, hasta el punto de integrar la categoría comercial de menor valor; el buey cotral, cuytral o cutral (de cutrelus = cuchillo). De su poca estimación hay viejos testimonios, como el de nada menos que un Papa, Calixto II, que fue arzobispo de Santiago, quien en el códice Calixtino recomendaba a los peregrinos toda clase de reservas para el consumo de carnes vacunas en España; también las prevenciones para ser vendidas en carnicerias especiales (Ordenanza Municipal de Sevilla, 1587). Cervantes nos decía que don Quijote comia “olla de algo más vaca que cannero”, como hombre de recursos limitados, pues en su época este último resultaba la res de canicería más estimada.

La otra modalidad productiva era la temera lechal, comercializada bajo el título de ternera blanca de Castilla, que venía a constituir la mejor carne del mercado español, y su más depurado exponente la ternera del Valle de Amblés (Ávila). Con tres meses de edad, surgía por la necesidad de sacrif&Mac245;car las crías para poder seguir utilizando las madres como animal de trabajo.

El auge de la ternera blanca y, por tanto, la fama de la raza Avileña como productora de came, llega con la inauguración del ferrocarril. Hasta entonces y mucho después, era más comercial el ganado adulto, por la facilidad para marchar a pie desde los centros de producción a los de consumo, conducido o dirigido por garroteros, a quienes los compradores entregaban en las ferias y mercados los animales adquiridos y éstos organizaban su traslado para rendir viaje en los mataderos, cerca de entradores o carniceros Por el contrario, las terneras, cuyo mejor mercado fue siempre Madrid, siguieron la ruta del ferrocarril. Se dedicaban a la compra y envío, comisionistas conocidos con el nombre de ternereros, quienes sabían a la perfección la cronología de los partos de todas las yuntas de vacas de su comarca y deducían los momentos óptimos de venta. La raigumbre de este nombre, explica se conserve hoy y aplique incluso a los mataderos generales frigoríficos que trabajan el tipo comercial heredado de la antigua ternera blanca.

Conocidos los avatares históricos de la raza, que por ende se ha formado en Navarredonda de Gredos, la cabaña ganadera de raza Avileña Negra-Ibérica alcanza los 2.700 ejemplares contando además con una cercana introducción de limosines y cruzados que no pasan de 500 animales. Actualmente esta cabaña ganadera se ve amenazada por la superpoblación de la misma en los pastizales de los agostaderos, más si tenemos en cuenta que en agostaderos particulares se meten unas 800 reses más.

La ganadería de Navarredonda ha experimentado un cambio en la explotación de animales, antes mayoritariamente ovejas mientras que hoy día no superan las 400 cabezas.

El caballo, sin embargo se ha mantenido, contando actualmente 310 equinos. Burros no hay más de 20 que se utilizan fundamentalmente para el turismo.

El cerdo, que hace unos años gozaba de una gran presencia para la matanza domiciliaria, hoy tampoco supera los 20 ejemplares de cebo.

Por último, los gallineros, antes casi imprescindibles, hoy prácticamente han desaparecido, no superando la población de gallinas las 150.



La Trashumancia en La Península Ibérica

Por Basi Gutiérrez Cano


La trashumancia es el viaje que le lleva al hombre a trasladarse en determinadas épocas estacionales (invierno y verano), a través de los caminos que, a partir del siglo XVII se denominaron según el "cuaderno de Leyes de la Mesta" como "CAÑADAS" de 90 varas de ancho (75,22 m.), "CORDELES" de 45 varas de ancho (37,61m.) y "VEREDAS" de 25 varas (20,89 m.), por la península Ibérica. En este denso tejido de itinerarios se ha movido el hombre con su familia y ganado desde el principio de los tiempos, buscando climas más cálidos en el invierno y temperaturas más suaves en el verano para encontrar suficiente alimento para subsistir a lo largo del año.


Esta movilidad del hombre con su ganado es una característica general de todos los pueblos de España a lo largo de su historia, que le lleva a recorrer grandes distancias para acomodar su "mundus vivendi" al terreno al que se tiene que adaptar, según la época del año, para poder subsistir en los largos períodos estacionales. En 1.273, con la creación de la Mesta, organización ganadera de Castilla, León y Extremadura, y que sirve como órgano gestor de protección del ganado ovino de raza merina, se viene a fomentar, de manera lega, la protección de las vías por las que transitan esos ganados, debido a la importancia económica que llegó a alcanzar la industria lanera española en los mercados internacionales durante más de cuatro siglos.


Estos caminos tan importantes para nuestra historia, denominados cañadas, serían hoy para nosotros extensas autopistas por las que nos movemos a grandes velocidades con esas máquinas llamadas automóviles. En los siglos XIX y XX, estudiosos e investigadores recaban información y documentación y aparecen los primeros mapas de las cañadas y que señalan entre las más importantes las siguientes:

(1) Cañada Real de la Plata o de la Vizana
(2) Cañada Real Leonesa Occidental
(3) Cañada Real Leonesa Oriental
(4) Cañada Real Segoviana
(5) Cañada Real Soriana Oriental
(6) Cañada Real Soriana Occidental
(7) Cañada Real Riojana o Galiana
(8) Cañada Real Conquense o de los Chorros



En los albores del siglo XXI, son más de 125.000 km. de vías pecuarias las que aún recorren nuestros ganados por la península Ibérica, sorteando los obstáculos que el progreso ha ido sembrando en estos caminos a lo largo de los años, como redes ferroviarias y carreteras, que se convierten, en muchas ocasiones, en trampas mortales para el ganado que transita por ellas debido a la falta de previsiones de vías alternativas de los organismos encargados de gestionar estos hilos de comunicación, que todavía hoy son vitales para algunos pueblos ganaderos y trashumantes.


No perdamos de vista esta imagen que durante siglos ha servido para escribir nuestra historia en todas sus facetas y que a pesar de la modernidad se mantiene viva. Cuantas veces el ser humano quisiera poder tener una máquina del tiempo para poder vivir las épocas que más le han llamado la atención sobre el legado que nos han transmitido los historiadores. No es imposible. No es una película que nos narra esa historia. Esa imagen existe, y se puede vivir y sentir con los personajes reales que viven en nuestras tierras. Es una imagen viva que sale de la página de un libro para trasladarse a los campos de nuestra geografía y nosotros tenemos el privilegio de observar. Nosotros estamos en las bellas tierras de Ávila, pero nos pueden encontrar en cualquier punto de las cañadas, cordeles y veredas.

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