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5. Folclore: Los Romances

Romances

El arado y la Pasión del Señor

El arado cantaré,
de piezas le iré formando,
y de la Pasión de Cristo
misterios iré explicando,
¡ay, ay, ay!,
misterios iré explicando.

La cama será la cruz,
la que tuvo Dios por cama.
Al que llevare su cruz,
¡ay, ay, ay!,
nunca le faltará de nada.

El dental es el cimiento
donde se forma el arado,
pues tenemos tan buen Dios
amparo de los cristianos.

Las orejas son dos;
Dios las abrió con sus manos,
y significan las puertas
de la gloria que esperamos.

La telera y la chaveta,
que entrambas dos hacen cruz,
consideremos, cristianos,
que en ella murió Jesús.
La reja será la lengua,
la que todo lo decía.
¡Válgame el divino Dios
y la sagrada María!

El timón, que hace derecho
que así lo pida el arado,
significa la lanzada
que le atravesó el costado.

Los frontiles son de esparto,
se los ponen a los bueyes,
al buen Jesús lo maniataron
con muy ásperos cordeles.

Los bueyes son los judíos,
los que a Cristo se llevaron
desde la casa de Anás
hasta el Monte del Calvario.

La ahijada que el gañán lleva
agarrada con sus manos,
significará las varas
con que a Cristo le azotaron.

El agua que el gañán lleva
metida en su botijón,
significa la amargura
que bebió nuestro Señor.

Las toparras que se encuentra
el gañán cuando va arando,
significan las caídas
que Cristo dio en el Calvario.

El surco que el gañán hace
por medio de aquel terreno,
significará el camino
de Jesús el Nazareno.

La simiente que derrama
el gañán por aquel suelo,
significará la sangre
de Jesús el Nazareno.

Las vacas, con sus cencerros,
que son a son van tocando,
significan los clamores
cuando le están enterrando.

Padres, los que tengáis hijos,
ya habéis oído el arado,
cuidad de su educación
y procurad enseñarlos.


Se cantaba como «Romance de Cordel» en los días de Cuaresma, cuando no se permitía cualquier otro cántico profano

Los Sacramentos

Los sacramentos son siete;
si los quieres escuchar,
arrodíllate en el suelo
que te los voy a cantar.

El primero es el bautismo,
ya sé que estás bautizada,
en la pilita de Cristo,
para ser buena cristiana.

El segundo confimación,
ya sé que estás confirmada,
que te confirmó el obispo
y te dio una bofetada.
El tercero penitencia,
de penitencia me han dado
el estar contigo a solas,
y ese día no ha llegado.

El cuarto la comunión,
qué manjar tan exquisito.
¡Ay!, quién pudiera tomar,
¡ay!, de tu mano pan bendito.

El quinto la extremaunción,
la que dan a los enfermos,
y a mí me la pueden dar,
que por ti me estoy muriendo.
El sexto sacerdotal.
¡Ay!, quién fuera sacerdote,
para estar contigo a solas
y confesarte esta noche.

El séptimo matrimonio,
y es el que vengo a buscar,
con permiso de tus padres
contigo me he de casar.

Estos sacramentos santos,
sólo se encierran en dos,
el ir juntos a la iglesia
y que nos den la bendición.


Romance de los hijos del rey moro

El rey moro tenia un hijo
más hermoso que la plata,
y a la edad de quince años
se enamoró de su hermana.
Viendo que no podía ser,
cayó malito en la cama.
Su madre que subió a verle:
–¡Hijo mío! ¿Qué te pasa?
–Tengo dolor de cabeza
y una calentura mala.
–Te mataremos un ave
y una palomita blanca.
–Yo no quiero ningún ave
ni una palomita blanca,
que quiero una taza caldo
que me la suba mi hermana,
y que suba ella sola,
que no suba acompañada,
que si acompañada sube,
soy capaz de matarla.
Como era tiempo verano
ha subido en bata blanca.
La agarró de la cintura,
la tumbó sobre la cama.
–¡Hermano, qué vas a hacer,
hermano mío de mi alma.
Si nuestros padres se enteran,
la cabeza nos cortaran!
Ella comenzó a gritar
y ha subido la criada,
le ha hecho varias preguntas
y no puede sacar nada.
La llevan al hospital,
porque dice que está muy mala.
La han visto siete doctores
y dicen que está preñada.
A eso de los nueve meses,
tuvo una niña en Granada
y de nombre la pusieron
Hija de hermano y de hermana.


Romance del Conde Arnaldos

¡Quién hubiese tal ventura
sobre las aguas del mar
como hubo el conde Arnaldos
la mañana de San Juan!
Con un falcón en la mano,
la caza iba a cazar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar,
Las velas traía de seda,
la jarcia de un cendal,
marinero que la manda
diciendo viene un cantar
que la mar facía en calma
los vientos hace amainar,
los peces que andan el hondo
arriba los hace andar,
las aves que andan volando
en el mástil las faz posar.
Allí habló el conde Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá:
–Por Dios te ruego, marinero,
dígasme ora ese cantar.
Yo no digo esa canción
sino a quien conmigo va.


Romance de la cristiana cautiva

El día de los torneos,
pasé por la morería,
y vi una mora lavando (bis)
al pie de una fuente fría.
¡Apártate, mora bella!
¡Apártate, mora linda!
Deja que beba el caballo (bis)
de esas aguas cristalinas.
No soy mora, caballero (bis),
que soy cristiana cautiva.
Me cautivaron los moros (bis)
allá por Pascua florida.

–¿Te quieres venir conmigo?
–De buena gana me iría,
mas los pañuelos que lavo,
¿dónde me los dejaría...?
–Los de seda y los de Holanda
aquí en mi caballo irían,
y los que nada valieron,
la corriente llevaría.

Al pasar por unos montes,
ella a llorar se ponía.
¿Por qué lloras, mora bella;
por qué lloras, mora linda?
–Lloro porque a estos montes
mi padre a cazar venía,
con mi hermano Fernambel
y toda su compañía.
–¿Cómo se llama tu padre?
–Mi padre: Juan de Oliva.
–¡Dios!... ¿Qué es lo que oigo?
!Virgen sagrada María!
Pensaba llevar esposa
y llevo una hermana mía.
Madre, ¡abra usted ventanas,
balcones y celosías!,
que pensé traer mujer
y traigo una hermana mía.


Romance de la blanca niña

Blanca sois, señora mía,
más que no el rayo del sol.
¿Si la dormiré esta noche
desarmado y sin pavor?
Que siete años había, siete,
que no me desarmo, no.
Más negras tengo mis carnes
que no un tiznado carbón.
–Dormilda, señor, dormilda,
desarmado sin temor,
que el conde es ido a la caza
a los montes de León.
–Rabia le mate los perros,
y águilas el su halcón,
y del monte hasta casa
a él arrastre el morón.
Ellos en aquesto estando,
su marido que llegó.
–¿Qué hacéis la blanca niña,
hija de padre traidor?
–Señor, peino mis cabellos,
péinolos con gran dolor,
que me dejáis a mí sola
y a los montes os vais vos.
–Esas palabras, blanca niña,
no eran sino traición.
¿Cúyo es aquel caballo
que allá abajo relinchó?
–Señor, era de mi padre,
y envíaoslo para vos.
–¿Cúyas son aquellas armas
que están en el corredor?
–Señor, eran de mi hermano
y hoy os las envió.
–¿Cúya es aquella lanza,
desde aquí la veo yo?
–Tomadla, conde, tomadla,
matadme con ella vos,
que aquesta muerte, buen conde,
bien os la merezco yo.


Romance de la Fonte Frida

Fonte frida, fonte frida,
fonte frida y con amor,
do todas las avecicas
van tomar consolación,
sino es la tortolica,
que está viuda y con dolor.
Por allí fuera a pasar
el traidor del ruiseñor,
las palabras que le dice
llenas son de traición.
–Si tú quisieses, Señora,
yo sería tu servidor.
–Vete de ahí, enemigo,
malo, falso, engañador,
que ni poso en ramo verde,
ni en prado que tenga flor,
que si el agua hallo clara,
turbia la bebía yo,
que no quiero haber marido,
porque hijos no haya, no,
no quiero placer con ellos,
ni menos consolación.
¡Déjame, triste enemigo,
malo, falso, mal traidor,
que no quiero ser tu amiga,
ni casar contigo, no!


Romance de Rosalinda

A las puertas del palacio
de una señora de bien
llega un lindo caballero
corriendo a todo correr.
Como el oro es su cabello,
como la nieve su tez;
sus ojos como dos soles
y su voz como la miel.
–Que Dios os guarde, señora.
–Caballero, a vos también.
–Ofrecedme un vaso de agua,
que muerto vengo de sed.
–Tan fresca como la nieve,
caballero, os la daré,
que la cogieron mis hijas
al punto de amanecer.
–¿Son hermosas vuestras hijas?
–Como un sol de Dios las tres.
–Decidme cómo se llaman,
si en ello gusto tenéis.
–La mayor se llama Elena
y la segunda Isabel;
y la más pequeña dellas
Rosalinda la nombré.
–Decid a todas que salgan,
que las quiero conocer.



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