Gavilanes nombra hijos adoptivos a dos religiosos
y ensalza a otra religiosa



La iglesia de Santa Ana registró un lleno absoluto en el acto conmemorativo organizado por el Ayuntamiento de Gavilanes por el cual se nombraron hijos adoptivos a dos religiosos ligados al municipio; y a otra religiosa, natural de Gavilanes, a la que se quiso también hacer un homenaje póstumo.




Para formar parte de dicho acto, en el que no faltaron los momentos emotivos, acudieron, además de los vecinos, otros muchos de localidades cercanas, como Piedralaves, Casavieja y Pedro Bernardo, así como amigos y familiares de los homenajeados.



Los fieles vivieron el día con especial alegría, ya que el Obispo de Ávila, don Jesús García Burillo, acudió a oficiar la Eucaristía acompañado de 14 sacerdotes.

Durante este acto recordaron la memoria de Sor Oliva de San José; del sacerdote don Amador García Jaén, que ejerció como párroco durante veinte años en la localidad del evento; y del que fue sacerdote de Gavilanes, don José María García Librán, asesinado durante la guerra civil en el camino que une el municipio con Pedro Bernardo, y que será próximamente beatificado.



Tras la misa de acción de gracias se hizo entrega, por parte del Ayuntamiento, de diplomas conmemorativos con el nombramiento de hijos adoptivos a la familia de don José García Librán y a don Amador. Tambén se hizo entrega de otro diploma a la familia de Sor Oliva de San José y al convento en el que dedicó su vida a Dios.                 (D. J. Sañudo, Diario de Ávila, 15-11-2008.)






Palabras del Sr. Alcalde


Señor mío Jesucristo, Monseñor, reverendos padres, familia de don José, don Amador, familia de la Madre Oliva de San José, vecinos de Gavilanes y de Herreruela, amigos todos.

Hoy es un día grande y alegre para Gavilanes. Hoy celebramos una gran fiesta de paz y agradecimiento en nuestro pueblo.

Para mí éste es el acto más importante y más entrañable que he organizado en todo el tiempo que llevo en el Ayuntamiento.

Me vais a permitir una pequeña exposición de los motivos que me han llevado a organizarlo ahora que aún viven testigos de lo que hoy vamos a conmemorar y pueden dar fe de ello.

El Concilio Vaticano II, en la Gaudium et spes, decía:

«La paz no consiste en una mera ausencia de guerra, ni se reduce a asegurar el equilibrio de las distintas fuerzas contrarias, ni nace del dominio despótico, sino que, con razón, se define como obra de la justicia.

Ella es como el fruto de aquel orden que el Creador quiso establecer en la sociedad humana y que debe irse perfeccionando sin cesar por medio del esfuerzo de aquellos hombres que aspiran a implantar en el mundo una justicia cada vez más plena.»

En el Libro de la Sabiduría podemos leer: «Amad la justicia, los que regís la tierra.

Pensad correctamente del Señor y buscadlo con corazón entero. Lo encuentran los que no exigen pruebas y se revela a los que no desconfían.

Los razonamientos retorcidos alejan de Dios y su poder; sometido a prueba, pone en evidencia a los necios.

La sabiduría no entra en el alma de mala ley ni habita en cuerpo deudor del pecado.»

Y más adelante (Sabiduría 14-22):

«...y como si no bastara errar sobre el conocimiento de Dios, los hombres, viviendo en violenta guerra de ignorancia, llamaron paz a tan grandes males.»

No se puede describir en menos palabras y con más contundencia la situación actual del planeta. Pero no es para lamentarnos de lo mal que esta el mundo por lo que os digo esto, sino para que cada uno asuma su responsabilidad en el esfuerzo de implantar la justicia a que nos reta el Concilio.

Cada uno de nosotros somos responsables de poner en marcha y sostener la parte de Justicia y de Paz que nos toca. Porque todos sabemos que la Paz terrestre nace del amor al prójimo.

Que no tengamos que repetir muchas veces el Salmo 68: «Que por mi causa no se avergüencen los que te buscan...»

Yo sé que no es corriente ni al uso –es decir, lo que se conoce actualmente como "políticamente correcto"–, hacer profesión de Fe, y sobre todo de Fe Católica ,desde un poder público.

Pero desde hace más de veinticinco años, cuando en un arrebato de osadía e ingenuidad aspiré al cargo que hoy ocupo, no he tenido otra meta que proteger, defender y fomentar la Fe de este pueblo. Otras cosas también se han hecho, pero no son las importantes. Las importantes son las que os he dicho antes. Esas y tratar de mantener la Paz y la armonía entre nosotros. Os pido perdón por todos lo fallos que en este tiempo he tenido.

Cuando vine por primera vez a Gavilanes y, en esta iglesia, vi la placa de don José García Librán y conocí su historia, me emocioné al pensar que estaba pisando tierra de mártires.

En estos días, cuando estaba preparando un poco qué decir hoy, sobre todo en presencia de nuestro Pastor el Sr. Obispo, recordaba toda la historia de Gavilanes y anteriormente las Torres, y cómo nunca ha faltado a nuestra gente el auxilio y consuelo de sus sacerdotes. La Iglesia siempre ha estado con nosotros, y fijaros qué casualidad, de las Torres lo único que queda en pie es un trozo de la Iglesia.

Aunque hoy nos centramos en tres personas, éste quiere ser un homenaje a todos los sacerdotes y párrocos que ha tenido nuestro pueblo, desde el primero que se tiene noticia en 1668, don Gabriel Martínez Flores, pasando por los nacidos en nuestro pueblo, don Felipe Rodríguez en 1736 y don Jacinto Rodríguez Flores en 1771, que como sabéis recogió la historia de nuestro pueblo en el conocido Libro de Becerro.

No quiero dejar de hacer especial mención a don Nicomedes, al que yo no conocí, pero que atendió en tiempos difíciles durante veintisiete años nuestra parroquia y que en su día recibió el homenaje que se merecía. También a don Wenceslao Conde Calleja, párroco de Gavilanes durante cuarenta y cinco años y que está enterrado en el cementerio viejo.

A ellos y a todos los demás, que hayamos conocido o no, muchas gracias, que Dios os lo pague, como seguro lo está haciendo ya.

Pero volvamos a don José García Libran, sin olvidar a su joven hermano y compañero de martirio, Serafín.

«Ellos le vencieron en virtud de la Sangre del Cordero y por la palabra del testimonio que dieron, y no amaron tanto la vida que temieran la muerte» (Apocalipsis 11).

Qué bien podemos aplicar estas palabras del Apocalipsis a los dos hermanos. Cuando pudo huir se quedó para no alejarse de sus ovejas. Cuando a Serafín le ofrecieron irse, se quedo junto a su hermano. A nadie le agrada morir en la juventud, veintisiete y veintitrés años, pero no amaron tanto la vida que temieran la muerte por Cristo y por sus feligreses.

Los detuvieron en las Escanalejas, y después de muchos escarnios y vejaciones, rindieron sus vidas a Dios en la Cuesta del Lancho el 14 de agosto de 1936.

Seguro que don José tenía presente las palabras de Nuestro Señor: «A vosotros os digo, amigos míos. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden hacer mas.»

Y se cumplió el Salmo 106: «Pero gritaron al Señor en su angustia y los arrancó de la tribulación.»

La historia de nuestros mártires se repite de generación en generación, desde el principio de la Iglesia: «Soy trigo de Dios y he de ser molido por los dientes de las fieras para llegar a ser pan limpio de Cristo.»

Continúa San Ignacio de Antioquía:

«Desde Siria hasta Roma, nosotros podríamos decir: desde las Escanalejas hasta el Lancho, vengo luchando ya con las fieras, por tierra y por mar, de noche y de día, atado como voy a 10 leopardos, es decir, a un pelotón de soldados que cuantos más beneficios se les hace, peores se vuelven.»

¿Y quiénes eran estos leopardos, esos soldados que escarnecen a nuestros mártires?

No busquemos culpables. Somos nosotros. Cada uno de nosotros. Nosotros somos culpables de la Pasión de Nuestro Señor y somos culpables de la pasión de cada uno de sus Mártires. Por nuestra Redención ha ocurrido todo esto.

Acordaos de lo que os decía antes: La Paz terrestre nace del amor al prójimo. Y también: Los hombres llamaron Paz a tan grandes males.

Conozco bien tus obras, que ni eres frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente. Mas por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, estoy por vomitarte de mi boca.

Los que mataron a don José y a los otros mártires no eran tibios. Serian lo que fuesen, pero no eran tibios. Y si nos descuidamos, según estas palabras del Apocalipsis, tienen más posibilidades de salvarse que nosotros, los que somos tibios.

El malo sabe que es malo, y al saber que es malo puede corregirse, sobre todo si tiene como intercesores principales a los propios mártires que ellos mataron. Todos estos santos murieron perdonando y bendiciendo a sus asesinos, a imagen de su Maestro: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen.

Leí una vez que muchos de estos mártires suelen tener una herida de bala que les atraviesa la mano porque murieron bendiciendo al pelotón que los fusilaba.

El problema está en nosotros, los tibios. Los que pensamos que somos buenos. Nosotros no apretamos el gatillo, pero cargamos las escopetas. Cuántas veces hemos oído eso de ¡Yo qué mal hago!, ni robo ni mato. Si yo soy bueno, a mí el Señor me quiere mucho. Esa es la única verdad que dicen. Es verdad que el Señor nos quiere mucho. Los que no nos queremos nada somos nosotros a nosotros mismos y entre nosotros.

No matamos, pero consentimos cien mil abortos al año sólo en España.

No matamos, pero vemos con indiferencia cómo la eutanasia se abre paso en nuestra sociedad.

No robamos, pero apalancamos nuestro dinero y nos lamentamos de los millones de personas que mueren de hambre todos los días en el mundo.

No matamos, pero desde que empezó el baile de las pateras llevamos 18.000 ahogados en el estrecho. Puestos en fila pasarían de Sotillo.

La violencia está permanentemente presente en nuestra sociedad, en las familias, en los colegios, fruto de la nefasta educación que damos y reciben nuestros hijos y del permanente bombardeo de violencia, sexo, lujo y vanidad que infectan casi todos los canales de TV

Pero vivimos en paz.., y llamamos paz a tan grandes males. Me parece que los tibios tenemos un problema.

Si hoy quisiéramos librar a don José de su martirio seguro que nos diría lo mismo que San Ignacio de Antioquia a los romanos, a los que pedía que no intercedieran por él para librarle del martirio:

«Perdonad lo que os digo; es que yo sé bien lo que me conviene. Ahora es cuando empiezo a ser discípulo. Ninguna cosa visible o invisible me prive, por envidia, de la posesión de Jesucristo.

Venga sobre mí el fuego, la Cruz, manadas de fieras, desgarramientos, amputaciones, descoyuntamiento de huesos, seccionamiento de miembros, trituración de todo mi cuerpo, todos los crueles tormentos del demonio, con tal de que esto me sirva para alcanzar a Jesucristo.»

A que éste no era tibio. A que don José no era tibio.

Esta es la fuerza
que pone en pie a la Iglesia
en medio de las plazas
y levanta testigos en el pueblo
para hablar con palabras como espadas
delante de los jueces.

Pues por eso, porque no era tibio, porque ardía de amor a Dios y a nosotros, y dio su vida por nuestro pueblo, hoy nos honramos con hacerle Hijo Adoptivo de Gavilanes, en la esperanza de su próxima beatificación y elevación a los altares y poderle así rendir culto público como lo hacemos ahora, muchos, privadamente. Yo os invito a que solicitéis la intercesión de nuestro santo y veréis su fuerza en el Cielo.

Como recuerdo de este día y nombramiento vamos a entregar un diploma a las dos Familias de don José, a sus hermanos sacerdotes en la persona de nuestro Pastor y Obispo don Jesús y en unos de sus sobrinos, don Ramón.

También rogamos a don Jesús se digne aceptar este cuadro que trata de representar lo más dignamente posible el recuerdo de don José entre nosotros.



MADRE OLIVA DE SAN JOSÉ

Doña Nicolasa Fernández Martínez nació en Gavilanes el 10 de septiembre de 1919, hija de María y Celedonio. Hermana, entre otros, de Tía Conso, madre de María y Julio.

Desde muy joven sintió la llamada del Señor, y como una jovencita enamorada entró en el Convento de Santa Ana a los veintiún años, y el 13 de noviembre de 1942 toma los hábitos de la Orden Cisterciense de la regla de San Benito y por nombre el de Sor Oliva de San José.

A decir de su familia nunca han conocido a nadie más feliz. Se desbordaba de alegría cuando la visitaban.

Murió con fama de santidad el 8 de noviembre del año 2005.

Seguro que todos los días rezaba por su pueblo, por sus paisanos, por su familia, que en el fondo somos todos.

Cuál mejor día que hoy para rendirle un homenaje de gratitud y recuerdo a quien tanto ha hecho por nosotros. No os olvidéis que hace más una monjita de clausura por la salvación de la humanidad que una legión de misioneros. También en ella queremos recordar a las Hermanas de la Fraternidad, que tanto bien hicieron entre nosotros (a Fe, Elvira, Maria Jesús), a Sole, que hoy está de misionera en el Ecuador pero de espíritu aquí entre nosotros, y a Mari Carmen, monjita en las Clarisas de Villalpando.

Como recuerdo de este día vamos a entregar un diploma también a las dos Familias de la Madre Oliva, a sus hermanas del convento, que pretendo entregar personalmente en una próxima visita, y a sus familiares en Gavilanes.



DON AMADOR GARCÍA JAÉN

Decía San Gregorio Magno que el Señor viene detrás de sus predicadores: «Los mandó por delante a todos los pueblos y lugares donde pensaba ir Él.»

Ya que habiendo precedido la predicación, viene entonces el Señor a la morada de nuestro interior, cuando ésta ha sido preparada por las palabras de exhortación que han abierto nuestro espíritu a la verdad.

Como decía Isaías: «Preparadle un camino al Señor; allanad una calzada para nuestro Dios.»

Esa es la misión de nuestros sacerdotes, de nuestros curas. Cura de almas para ser más exactos.

Don Amador ha sido nuestro "cura de almas" especial porque durante veinte años nos ha bautizado, nos ha confesado, nos ha casado y nos ha enterrado. Y desde que se fue sigue pendiente de nosotros, y es rara la vez que hablo con él que no me recuerda que quiere ser enterrado en nuestro pueblo.

En él queremos hoy rendir un homenaje de gratitud, respeto y cariño a todos los sacerdotes que han pasado por nuestro pueblo y que esta generación ha conocido: Don Nicomedes, don Feliciano, don Florencio, don Valerico y don Lorenzo, sin olvidarnos de don Ángel, siempre presente en cuanto le necesitamos.

Don Amador nació allá por el 28 de septiembre de 1930 en Mercadillo, pueblo de la sierra de Ávila, hijo de Lorenzo y Norberta, que todos conocimos y recordamos con cariño. Se ordenó sacerdote el 8 de diciembre de 1954 y a lomos de mula prestada, como él mismo dice, ejerció de párroco de varios pueblos de la sierra, hasta que el 23 de septiembre de 1973 lo nombran párroco y cura de almas de Gavilanes, que como sabéis ha sido el último sacerdote con residencia en nuestro pueblo que hemos tenido.

Aparte de su libro Historia antigua y contemporánea de Gavilanes, que todos hemos leído, se preocupó de embellecer y consolidar nuestra iglesia parroquial, mejorando la cubierta, campana nueva, reforma del atrio y el mosaico de la historia de la Redención. Y cómo olvidarnos de la Cruz y veleta de la torre, que hasta que no consiguió que Anastasio y yo hiciéramos el andamio para ponerla, no paró, y yo creo que gracias a sus oraciones el Ángel de la Guarda nos sujetó allá arriba, sobre todo a Anastasio, y la obra terminó con buen fin.

Ya viviendo fuera de Gavilanes no ha dejado de ayudar económicamente a cuanta obra hemos acometido; por ejemplo, la calefacción, para la que dio una importante ayuda, y últimamente la Cruz de Cementerio nuevo, costeada a sus expensas, y que no deja de ser una pequeña obra de arte.

Hasta aquí la parte material y que también podría decirse de los demás sacerdotes que antes he citado en las reformas y mejoras de nuestro templo. Pero quiero referirme ahora, antes de terminar, a la importancia de la labor de nuestros párrocos en la conservación de la Fe de nuestros pueblos.

Decía el padre Ángel Ayala, jesuita fundador de la Asociación Católica de Propagandistas, que entre las cosas que no se deben hacer está el lamentarse, esperar un hombre providencial y poner la confianza en lo que hagan los demás.

Queridos y reverendos Padres. Todos sabemos que el mundo está como está, no hace falta que entremos en detalles. No sacamos nada con lamentarnos, nuestro Hombre providencial es Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, a quien todos los días pedimos en el Padre Nuestro que venga a nosotros tu reino, y, desobedeciendo al Padre Ayala, sí que ponemos toda nuestra confianza en lo que hagan ustedes. Si la sal se vuelve sosa, qué será de nosotros.

Hoy, en este homenaje a don Amador, estamos nombrando hijos adoptivos a todos los sacerdotes del mundo. Queremos de esta manera, en nuestra humildad, desagraviaros por todos aquellos que rechazan vuestra labor mediadora. Queremos daros las gracias por todos los consuelos y por todos los trabajos que os tomáis en nuestro bien. Por tantos misioneros y misioneras que dan su vida por los más pobres por amor a Cristo y a su Iglesia. Por tanta soledad y tanto desagradecimiento con que muchas veces se paga vuestro amor y dedicación a las parroquias.

Pero también queremos gritar con alegría y con todos nuestros hermanos, que nos sentimos felices y gozosos de ser hijos de nuestra Santa Madre la Iglesia Católica, de tener pastores santos que nos preparan los caminos del Señor. De tener a quienes nos enseñan que debemos amar al Señor nuestro Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas nuestras fuerzas.

Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo.

Don Amador, reciba en nombre de todos sus hermanos, nuestro humilde homenaje que hacemos efectivo con la entrega de este diploma con el nombramiento de Hijo Adoptivo de Gavilanes.

Que el Señor, la Santísima Virgen María y nuestra Patrona Santa Ana les bendigan y protejan siempre.

Sólo nos queda decir con el salmo 101:

Quede esto escrito para la generación futura, y el pueblo que será creado, alabará al Señor.

Alabado sea Jesucristo.








Carta recibida de doña María Luisa Gómez Tejeda, abadesa del Monasterio Cisterciense de Santa Ana de Ávila donde residió hasta su nacimiento a la vida nuestra paisana Sor María Oliva de San José.



Carta